Casi de reojo sentí tu mirada
entre taciturnas luces
y el tuyo fulgor tumbome de bruces.
Los rayos del sol jugaban,
al igual que con tus hebras peinadas,
con diez nubes, y esas nubes
semejaban tu nevada cumbre.
Y es que al parecer jamás se agotaban,
siendo más, conforme el tiempo pasaba,
coronando tu vasto entendimiento...
No puedo más. Me volteo.
Tan doloroso pensar, ¡ya no estabas!
Sin embargo, aún me enseñabas:
"Muerto no estoy extinguido,
mas mi último adiós lo dará tu olvido".
Ya retornaba por la cuesta andada,
y la noche acompañaba
a los ríos, que mojados
juraban "¡Hoy, hoy te amo!".
A mi abuelo: gracias por acompañarme esta tarde.
ResponderEliminar